Vivimos tiempos inéditos en Sinaloa, una realidad marcada por una crisis de inseguridad y violencia que se asemeja a lo ocurrido en Ciudad Juárez entre 2009 y 2011. En ese período trágico, la población de Juárez disminuyó en un 40% y miles de negocios tuvieron que cerrar, como resultado de un cóctel devastador de asesinatos, desapariciones y violencia cotidiana. La ciudad, que había sido un próspero centro de maquiladoras, se transformó en un páramo, donde la vida cotidiana se vio interrumpida por el temor constante y la desconfianza.
A pesar de que han pasado más de diez años desde el momento álgido de la violencia en Ciudad Juárez, la ciudad aún no ha logrado recuperarse del todo. La sombra de esa crisis persiste y, aunque algunas cifras de violencia han disminuido, las heridas sociales siguen abiertas. La situación en Culiacán, el epicentro de la violencia en Sinaloa, es alarmante. Con aproximadamente 150,000 habitantes que han emigrado ante la desesperanza y el miedo, el liderazgo de Sinaloa se encuentra bajo la presión creciente de una realidad que parece ineludible.
Las estadísticas son escalofriantes: 1500 asesinatos, cerca de 2000 desaparecidos y más de 3000 autos robados, todos testimonios de una crisis profunda que trasciende a la propia ciudad. Lo más preocupante es que esta crisis, que afecta gravemente a la sociedad culichi, ha comenzado a extenderse hacia otras regiones del estado, convirtiendo a Sinaloa en una enorme trampa sin salida donde el miedo y la desesperanza parecen ser los únicos compañeros de las personas.
La historia nos enseña que pensar en soluciones a gran escala se torna imposible sin primero abordar las raíces de la inseguridad y recuperar la paz social. Recordemos que fue en 2012 cuando el gobierno de la República implementó una serie de políticas socioeconómicas en Chihuahua, después de que Ciudad Juárez había comenzado su recuperación. Sin embargo, ya han pasado trece años y el antiguo Paso del Norte aún no renace con el esplendor que lo caracterizó antes de la vorágine de la violencia.
Es cierto que hay actividades económicas que continúan pese al contexto de inseguridad. La gente tiene que trabajar, incluso al filo de la navaja, porque la economía, a pesar de los fallos en sus engranajes, debe seguir funcionando. La vida continúa, aunque duela, y la necesidad de sobrevivir se convierte en la principal motivación de muchos. Pero esta situación no puede ni debe ser la norma.
Por eso, resulta primordial abatir la violencia y detener la espiral de destrucción y miedo que asola a Sinaloa. La paz es, sin lugar a dudas, la fuerza más poderosa para el progreso, la estabilidad y la justicia. Hoy, la divisa debe ser frenar la violencia para construir un futuro en el que la economía pueda estabilizarse sin el lastre del temor.
Es posible que se ofrezcan apoyos de distintos sectores, pero sin un entorno pacífico, nada será suficiente. Así como en Ciudad Juárez, necesitamos preguntarnos: ¿qué se debe hacer para restaurar la paz en Sinaloa? La respuesta a esta interrogante es clave para romper el ciclo de violencia y ofrecer un nuevo horizonte de esperanza a los sinaloenses.