columna jorge luis telles circular= En medio de la conmoción nacional

 

= Comenzaba lo intenso de su campaña

 

= Sus últimas actividades en Culiacán

 

= “Esto no puede ser”: Heriberto Galindo

 

= Talina Fernández dio la nota al país

 

Esta es una historia muchas veces contada.

 

Lo hago de nuevo, con el permiso del lector, a propósito de los acontecimientos que se recuerdan por estos días.

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CULIACAN, Sinaloa, 23 de marzo de 1994. Seleccionar la nota principal de ese día -luego del proceso de jerarquización en la mesa de redacción – fue una tarea fácil. Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato del PRI a la presidencia de nuestro país concentra todavía la atenciónmayoritaria, tras la entrevista banquetera ofrecida a primera hora a representantes de medios de comunicación, al concluir sus ejercicios aeróbicos habituales. Poco antes (dos años y medio para ser precisos), el autor de esta columna había asumido la dirección general de los diarios de Organización Editorial Mexicana en la plaza: El Sol de Sinaloa y El Sol de Culiacán.

Ese día, luego de esa rutina, Colosio toma su desayuno en la suite presidencial del entonces hotel Executivo; viste de manera práctica e informal y baja al recibidor para emprender su traslado al pequeño aeropuerto internacional de Culiacán, desde donde viajaría al puerto de La Paz, en Baja California Sur y luego a Tijuana, al encuentro con su destino.

Una jornada antes, en lo que ahora se conoce como teatro griego del parque Culiacán-87, Colosio -respaldado por el gobernador Renato Vega Alvarado – había encabezado el que era, hasta entonces, el mejor acto de su campaña política, antes de dar paso a un encuentro con directores de medios de comunicación y luego una cena con el sector empresarial, en diferentes salones del mismo hotel Executivo, por esos años, el mejor de la capital de Sinaloa. Y esa noche, del 22 de marzo, el ombligo político nacional.

Colosio luce radiante. Vestido con un impecable traje azul marino; su pelo “afro” cuidadosamente cortado y su cara ligeramente tostada por su exposición al sol vespertino de la incipiente primavera aquí en Culiacán. Había sido un día de buenas noticias: la confirmación a un debate ideológico por parte de sus contendientes -Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano – y el reconocimiento a su candidatura (¡al fin!) por parte de Manuel Camacho Solís a quien el presidente Carlos Salinas de Gortari había comisionado para meter en cintura al subcomandante “Marcos” en las selvas de Chiapas, frontera con Guatemala, en el último rincón sureño del país.

Saluda de mano, uno a uno a los directivos de los órganos periodísticos de Culiacán y todavía se da tiempo para sostener un breve intercambio de ideas, antes de ser conducido, en medio de un gentío impresionante, hasta el salón “Floresta” del establecimiento citado, donde no cabe nadie más. Hay mucha gente de pie y otra más apretujada entre los privilegiados con mesa y lugar.

Entre tanta actividad, la nota principal para el candidato era una obligación. Y al siguiente día, también, por supuesto.

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Y bien.

De regreso a la tarde del 23 de marzo, la mesa de redacción se desocupa temprano: el jefe de redacción Minor Sinagawa, toma las notas de los reporteros -los modernos sistemas de edición y publicación de hoy eran cosa de sueños – y se instala en la bulliciosa sala de trabajo (entre el barullo de siempre, el humo de los cigarros y el olor a comida) para comenzar su labor, completamente ajeno a lo que se avecina.

Repentinamente estoy solo en la oficina del director -por ahí entre 4 y 5 de la tarde -; sintonizo dos aparatos de televisión en canales de noticias y comienzo a afinar los puntos de la Agenda Política del día siguiente.

Justo en eso, la muy conocida y amigable figura de Heriberto Galindo Quiñonez se perfila en el umbral de la puerta y se introduce velozmente sin solicitar la anuencia de la recepción. Se despoja de sus anteojos para limpiarlos uno a uno; se seca el sudor de su frente y una amplia sonrisa ilumina su cara. Aquel hombre, originario de las tierras del Evora, se ve feliz.

-¿A que no me crees maestro? -abre la conversación – vengo de comer con Manuel Clouthier porque precisamente por eso me quedé en Culiacán. Desde anoche Colosio me lo ordenó: no vayas a Tijuana; mejor vete a ver a Clouthier. Eso, es más importante para mi.

-¿Y como te fue, por cierto?

-De excelente para arriba maestro: Manuel (fungía como director de los diarios Noroeste del Estado, por disposiciones de su consejo de administración) es batalloso y todo lo que quieras; pero es un hombre inteligente y accesible. Es más, le simpatiza la candidatura de Colosio. Con eso te digo todo.

-Pues que bueno Heriberto, que cumpliste con la encomienda y a propósito ¿a que hora viste al candidato?

-Anoche mismo -contesta con aplomo y seguridad – Cené con él en la suite de arriba.

-Colosio cenó en el “Floresta” con los empresarios – le reconvengo.

-¡No! Estuvo ahí, desde las 8 y hasta las 10 de la noche y le fue bastante bien; pero no probó bocado. Ya me había invitado a que lo acompañara a su habitación.

Abunda:

-Por cierto, ya no había servicio de cocina y tuvimos que conformarnos con unos club sándwichs fríos y unas coca colas sin gas; pero eso no obstó para que no platicáramos con amplitud. Solos el y yo. Nadie más.

-Mmm y ¿se puede saber de que platicaron?

-Ooooh maestro. De muchas cosas. De la campaña. Del reconocimiento de Camacho Solís y de lo que viene para el futuro ¡Estoy en sus planes maestro!

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En esos momentos, los dos aparatos de televisión cambian de señal intempestivamente; nulifican su programación habitual y lo que vemos es una especie de pandemónium: la pegajosa canción de “La Culebra” a sus máximos decibeles, gritos, gente corriendo sin rumbo, personas sobre el suelo y un escandalo mayúsculo en términos generales.

Heriberto Galindo y quien esto escribe interrumpimos la conversación; observamos los monitores con marcada atención; aparece la figura del periodista Jacobo Zabludowski y lo que dice hiela la sangre en nuestras venas:

-Al parecer, el licenciado Luis Donaldo Colosio ha sufrido un atentado con arma de fuego en Lomas Taurinas, Tijuana. No tenemos confirmación oficial aún; pero nos dicen que ya es trasladado, en estado crítico, a un hospital de Tijuana, de donde podría ser transferido al de la Joya, en San Diego. Todo es extraoficial…

Galindo está en especie de shock, con sus ojos bien abiertos y su rostro transfigurado y cubierto de sudor; hundido en el sillón, limpia sus anteojos una y otra vez y solo acierta a balbucear:

-No maestro, esto no es verdad. Seguramente es un ardid o un truco publicitario. Es que esto no puede ser posible en nuestro país.

-Esperemos la información oficial, Heriberto, tranquilízate.

Paulatinamente, la oficina de la dirección se llena de gente: regresó el jefe de redacción Minor Sinagawa; el secretario de la mesa, Juan Manuel Partida y entró, como tromba el reportero Humberto Millán –“¿Qué hay que hacer?” -; llegó el viejo periodista Antonio Pineda Gutiérrez, acompañado por el doctor Víctor Manuel Díaz de la Vega, el columnista Mario Montijo de la Rocha y también se integró el doctor Héctor Lie Verduzco, entonces delegado regional del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Un silencio abrumador, pesado, roto por el incesante repiqueteo de los teléfonos y observaciones y comentarios de los presentes. De la incredulidad, pasamos a la duda; luego a la incertidumbre y posteriormente al presagio de que, efectivamente, algo gravísimo había acontecido en la ciudad de Tijuana y que un nuevo México nacía en esos momentos.

Las informaciones de los reporteros y corresponsales era más grave minuto a minuto, ante la creciente presión de Jacobo Zabludovsky por confirmar la nota y por hacerlo primero que nadie, además.

Así, en ese ambiente, nunca experimentado en nuestra vida y en nuestra trayectoria periodística, hasta que llegó la confirmación por parte de la periodista Talina Fernández, quien cubría una gira paralela de Diana Laura Riojas de Colosio. Talina lo dijo, entre sollozos:

-El licenciado Colosio…ha muerto.

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